Pedrito: un becario en la gran ciudad

Para todos aquellos que se aburren en su trabajo y no tienen nada mejor que hacer que leerme. Para todos aquellos que quieran apadrinar un becario. Para todos aquellos que se sientan identificados conmigo. Para todos aquello que busquen un hombro en el que llorar. Para todos aquellos que quieran donar dinero a una causa benéfica (aumentar mi retribución). Para todos aquellos que sean lectores de LOOC u otras revistas. Para todos aquellos que sean cazatalentos en potencia. Para todos aquellos que quieran pasar un buen rato leyendo las aventuras y desventuras de un joven intrépido. Para todos aquellos... que en el fondo... les mata la curiosidad por saber en qué pienso invertir una hora cada mañana. La diversión está asegurada queridos lectores (¡uy¡ ¡pero que bien suena eso!).

lunes, 28 de junio de 2010

LA CARRERA


Y así fue como comencé con el único plan que me quedaba. Con mucho miedo, dudas y con una ignorancia que me asombraba hasta a mí mismo. Entonces, un caluroso y horrible día de aquel largo otoño de 2005, entré en mi primera clase en aquella oscura y helada mole gris, comúmente llamada "Facultad de Ciencias de la Información". Y me costó aceptarlo. Es terrible asumir que tu carrera como artista no va a dar muchos frutos que digamos, y más si le acompaña el primer día de carrera una espantosa descomposición de estómago (que me acompañaría los primeros días de todos los sucesivos cursos) unida a unos crueles tests que no tenía más remedio que copiar al de mi derecha (que tampoco tenía más remedio que mirarme con cara de orangután enfadado y a punto de sufrir un ataque de histeria). Pero no todo fue tan malo. Después, ya sólo le siguieron cinco años súper fructíferos y que me formaron perfectamente para hacer frente al oficio que me esperaba. ¿O no? Bueno, si aceptamos como animal de compañía clases soporíferas de historia todos y cada uno de los cursos, profesores que no siempre estaban bien de la cabeza (no es por acusar, pero es que el día que estuvimos dos horas tallando una manzana, me dio mucho en que pensar), terribles alienígenas que se hacían pasar por funcionarios en secretaria, y alocadas aventuras para no quedarte electrificado cada vez que entrabas en el Bronx, perdón, en el baño, entonces diremos que sí. Que todo mereció la pena. Y que hoy, a tres días de graduarme, soy todo un Capote en potencia. Pero la realidad siempre supera la ficción. Y no me quedó más remedio, un soleado jueves de marzo, que entrar en otra dimensión. Una dimensión pararela llamada.... LOOC Madrid.

viernes, 25 de junio de 2010

LOS ORÍGENES


Para comenzar este blog, lo primero que debo contaros es cómo acabé en el sórdido mundo del periodismo. Y la historia tampoco es excesivamente complicada. Mis 16 años recién cumplidos y mi ingenuidad mezclada con mi cada vez más acentuado frikismo, me empujaban a un futuro desolador. Mis aspiraciones eran acabar como bailarín o como escritor. No creo que haga falta explicaros más. Después, todo vino rodado. Y es que mi incapacidad económica (o más bien, el hecho de que mis padres se negasen a que exprimiese la naranja hasta los 50 años) (¡perdón! se me olvidó mencionar mi forma física, que tampoco es que diera más que para acabar como aspirante mediocre a bailarín de Eva Nasarre) dio como resultado que acabase, sin saber cómo ni porqué, en las pruebas de la Real Escuela Superior de Arte Dramático. Y claro, el hecho de luchar contra un tampón retozando por el suelo (cual cerdo feliz) y mis adorables acordes cantando "Cien gaviotas", dieron el resultado esperado. No quedaba otra que meterme en Periodismo. Y ya sólo me quedaba explotar mi faceta como escritor. Así que todo comenzaba a vaticinar un futuro más gris que amarillo fama. Pero yo, con la cabeza bien alta (o más bien a una altura media) y desorientado pero con plan B (todavía quedaba la opción de convertirme en vedette al más puro estilo Miguel Bosé cantando Don diablo) (perdón por tanto paréntesis pero es que claro es muy complicado no parecer subnormal cantando y bailando la del diablo sin ser Miguel), acabé entrando en aquella mole gris y destartalada rellenando tests sobre mis periodistas favoritos cuando ni siquiera conocía sus nombres.
Aquello fue el principio del fin. Es más, en la revista LOOC, aquel oscuro día de principios de octubre, se encendió una luz. Ya se empababa el aire del aroma a becario precario.